Cuando nos detuvimos para apreciar el pórtico de troncos y multilingüe que anuncia el inicio del Pantanal de Mato Grosso, dejamos el auto para lo que atesorábamos en los reconfortantes brazos de la Naturaleza.
A mediados de septiembre, la Naturaleza de Mato Grosso nos confronta con la realidad. Estamos en uno de los meses más calurosos en estas zonas de Sudamérica, pasadas las diez y media de la mañana la temperatura estaba muy por encima de los 40ºC.
El sol no se quedaría allí. Evaporó gran parte del agua dulce acumulada durante la temporada de lluvias.
Agravó el aliento de olla a presión que nos hierve y nos deja desarmados.
A partir de entonces, fueron, casi sin contar, pequeños puentes de madera, sobre estanques y canales llenos de jacintos de agua, resaltados por sus flores lilas, nenúfares e incluso hiperbólicos nenúfares.
Cada uno de estos lagos y estanques resultó ser el hábitat de especies locales en competencia.
Caimanes por cientos. Grupos de cerdos de agua peludos, socializando y vigilando la amenaza de los reptiles.
Alrededor de algunos puentes, la abundancia de animales de los pantanos resultó ser tal que no pudimos resistirnos a realizar más paradas fotográficas.
Más largo, más intenso. Aunque ya parecía imposible, aún más calor.
Poco a poco, a lo largo de la Transpantaneira, de forma intermitente, nos fuimos acostumbrando al clima extremo.
Eco-lodge Araras, un refugio ecológico providencial
Nos registramos en Araras Eco-Lodge con cierto retraso. André, el dueño, partía para una reunión en Cuiabá.
Aún así, nos explica lo esencial sobre su propiedad y su negocio, con un enfoque obvio en la sostenibilidad ambiental de la que tanto carece Pantanal.
La conversación lleva a la conversación, André Thuronyi nos explica la génesis de su apellido nada portugués.
Como era hijo de padres judíos de origen húngaro que se vieron obligados a huir de Alemania poco después del estallido de la 2da guerra mundial.
Cómo los padres empezaron sus vidas de nuevo Paraná, uno de los estados brasileños con mayor concentración de inmigrantes procedentes de Europa.
André nació en Paraná. La fascinación por los increíbles ecosistemas del Pantanal y las oportunidades turísticas que, en cierto momento, comenzaron a generar lo hicieron trasladarse con sus armas y equipaje a Mato Grosso.
El negocio continuó viento en popa. Durante esos días, la posada que estaba explorando estaba completamente reservada.
De acuerdo, en lugar de una bienvenida total, André nos ofrece un almuerzo que ya podemos oler. Se despide y parte hacia Cuiabá. Transpantaneira arriba.
Nos deja al cuidado de Aruã, uno de los guías que trabaja en la propiedad.
Descubriendo el Araras EcoLodge Pantanal
Aruã demuestra un acento y una soltura acordes con el sombrero de cuero del Pantanal, la soltura característica de quien desde hace mucho tiempo acoge y acompaña a los extranjeros, especialmente a los europeos.
“Sabes lo plano que es por aquí, ¿verdad? Por eso las torres de observación son especiales por aquí.
Ya tenemos dos. ¡No sé si nos quedaremos con estos! Sigamos un sendero que lleva al punto más bajo. Tiene doce metros de largo, pero sigue siendo una vista increíble”. La recompensa de una vista integral y de 360º del Pantanal nos emociona.
Hasta el punto de que ni el calor agobiante ni el hambre agravada pudieron disuadirnos.
En el camino nos encontramos con un gran ciervo de los pantanos, el ciervo más grande de Sudamérica, que mide hasta 1m 30m de altura y pesa 125kg.
Vemos a dos de ellos, apenas o nada ocultos en un arbusto anfibio verde, con sus hocicos rastreando el aire y grandes cuerpos peludos que parecían más bien radares.
El sendero resulta ser más corto de lo que esperábamos. En un instante nos encontramos en lo alto de la torre. Contemplamos la inmensidad empapada y herbosa que nos rodeaba, salpicada de algunas praderas pantanosas donde ni siquiera florecía ningún arbusto.
Aquí y allá, en sus bordes, bosques de árboles diminutos se aferraban a islas de tierra real. Justo al lado, a media altura de la torre, un solitario ipe lila rompía la dictadura del verde. “Es una vista hermosa, ¿verdad?”, dice Aruã, esperando nuestra validación.
Lo confirmamos sin dudarlo. Aruã utiliza los binoculares que lleva colgados del cuello, dorados por el sol desde hace muchos años. Mételos en los ojos y vuelve a uno de tus pasatiempos favoritos, reconocer animales.
Señalamos un inconveniente.
Como sucedió en el camino, Aruã identificó todas las especies en inglés. “¿Y cómo es en portugués, Aruã?” Lo interrogamos más de una vez, conscientes de que terminaríamos empujándolo contra la pared.
Curioso por saber cómo reaccionaría. “Xiii, sólo sé algunos en portugués.
La verdad es que aquí no viene casi ningún cliente brasileño o portugués, mejor ni mencionarlo. Casi todos son británicos, alemanes, suizos, austriacos, etc. Poco a poco se me van olvidando los nombres en portugués…”
Nos acercamos a la una de la tarde. Dejar esperando un almuerzo tradicional del Pantanal fue un error que no queríamos cometer.
Sería más equivocado que abordar las especialidades locales con glotonería y comiendo demasiado teniendo en cuenta que nos esperaba el largo sendero del ecolodge, de 4 km de longitud, que termina en una torre de 25 metros, con doble panorámica.
Este es un error que, con un buffet rústico por delante, nos vimos obligados a cometer.
De vuelta a la Transpantaneira, con destino a Poconé
Llegando a las cuatro de la tarde, con el cielo y la atmósfera del Pantanal ya vaporosos por la ebullición, salimos del Araras Eco-lodge.
Dimos marcha atrás en la Transpantaneira, en dirección a Poconé.
Mucho antes de llegar, nos desviamos de la Transpantaneira, hacia el sureste, en busca de la Pousada Piuval, a medio camino del gran subpantanal en el que se expande el río Bento Gomes.
En el camino nos detuvimos decididos a fotografiar más caimanes y a una familia de tuiuiús, dueños de un espacioso nido en el que tres crías pedían comida.
También identificamos un caracara que escaneaba el área circundante en busca de oportunidades de alimento y chillones guacamayos jacinto. No solo.
Un polvo que se acerca presagia lo que estimamos sería uno de los rebaños que proliferan en Mato Grosso.
Conduciéndola, a través de una puerta, hacia una granja cercada, estaba Diogo Batista, un vaquero protegido del sol por un sombrero de cuero blanco de ala grande.
En otras palabras, Sô Diogo nos cuenta que además del ganado, también estaba terminando su ya larga jornada de trabajo. Nos cuenta que su caballo se llamaba Canário.
Quién sabe si esa sería la razón del polo amarillo holgado que llevaba sobre sus vaqueros gastados.
Cuando llegamos a la Pousada Piuval, el Pantanal nos capturó con una gran bola incandescente, rodeada de un aura rosada, ambos perdidos en un firmamento pesado y plomizo.
Resplandeciente final del día en la Pousada Piuval
Una banda sonora residente celebra esa obra de arte, con canciones y chirridos que se dispersan en la inmensidad húmeda.
Pitch erradica el festival del crepúsculo. Nos refugiamos en la comodidad de la posada. Con el amanecer todo se repite. En orden inverso.
Ivã, guía de Piuval, nos invita a hacer un recorrido por la posada, en el tiempo fresco, mientras dure el fresco.
Sin esperarlo, nos topamos con un grupo de emúes errantes, con manadas de caballos y monos aulladores compartiendo un gran racimo de plátanos.
Golpeado en la orilla de un arroyo cercano, con el simple movimiento de una rama en el agua, Ivã atrae a decenas de ansiosos caimanes. "¿Y sabes qué? Hay jaguares por aquí.
Vienen a beber de vez en cuando, y en ocasiones incluso observan a los caimanes, capibaras y hasta los potros de la finca. Pero hay que tener suerte para verlos.
Este humedal es muy extenso. Hay muchos lugares donde pueden beber. Y los animales que pueden comer”.
Exploración embarcada alrededor de la Pousada Piuval
Por la tarde, es Iván quien nos guía, encargado de revelarnos el vasto fluvio-lacustre que delimitaba la finca. Abordamos como los únicos pasajeros extranjeros.
Iván nos conduce a través de canales excavados en la vegetación anfibia hasta el núcleo de la laguna, que es solo agua.
Desde allí, apunta a una isla lo suficientemente sólida como para sostener otra de las preciosas torres de la región.
Subimos en compañía de Iván y su colega Isonildo, rodeados de bandadas de garzas y cormoranes.
Cuando volvemos al fondeadero, como suele ocurrir en el pantano, el momento en que el atardecer difumina los grandes pájaros, vuelve a producir magia.
Un tuiuiú revolotea hasta lo alto de un árbol.
Con unos pocos pasos de ajuste, registramos sus movimientos ennegrecidos pero gráciles contra la pantalla del firmamento ardiente.
Sorpresa de sorpresas, el día siguiente amanece nublado, con aire lluvioso. Vasto Pantanal, desde Cerrado a las Pampas, atravesada por la Transpantaneira, tiene sus ciclos y estaciones.
La temporada de lluvias estaba una vez más a la vuelta de la esquina.