Era la segunda vez en una década que viajábamos a Tofo.
Con la compañía y en un coche de amigos residentes en Maputo, el viaje inaugural transcurrió sin contratiempos y de forma agradable. El segundo nos obligó a madrugar en la capital.
Y a las ocho de la mañana machibombo a lo que se sumó casi otra hora pasada a bordo de un lámina, entre Inhambane y la ciudad.
La vista de Tofo, sus arenas y el mar justo enfrente, fue una merecida recompensa. Rápidamente se disipó en la curiosidad que compartíamos sobre cómo encontraríamos el lugar, qué sería lo mismo y qué había cambiado.
El regreso a Tofo, pronto, una década después
Sabíamos que nos acercábamos al final de la temporada de lluvias, tras el paso de algunas tormentas tropicales y huracanes, de los cuales “Filipo” que entró en Mozambique el 12 de marzo. Éramos 17. Varios hoteles, albergues y casas más cerca del mar todavía nos estábamos recuperando de los daños.
En el paisaje poco o nada notamos, ni siquiera demasiados cocoteros con las copas afeitadas, característica del reciente paso de los tifones.
En la última línea costera, donde el verde Océano Índico masacró esa fortaleza de África Oriental, todo parecía similar. Por lo demás igual.
Nos alojamos en una elegante villa en Tofinho. Elegante y exuberante, pero demasiado abierto.
Expuestos a las melgas que, tras las largas lluvias mozambiqueñas, proliferaron, nos masacraron y generaron una inevitable preocupación por la malaria.
Desde esta espaciosa casa, tan o más tropical que su entorno, salimos a las calles de arena que anunciaban las dunas bordeadas de arbustos sobre la playa.
A media mañana siguiente, con el sol abrasándonos e intensificando la traslucidez esmeralda del océano Índico, iniciamos una caminata hacia el sur, hacia el promontorio que cerraba la zona de baños del pueblo.
El redescubrimiento de Tofinho
Nos detuvimos en un puesto de frutas, decididos a reponer la provisión de maracuyá que devoramos por kilos. También hubo escasez de productores de frutas. Nos resistimos a comprar otras frutas que nos cargarían la caminata.
Los dejamos almorzar a la sombra, en su chima empapado en alguna salsa picante.
Avanzamos hasta que el camino de arena desemboca en una cima de tierra, en parte cubierta de hierba. Corónelo con un monumento. Un brazo y una mano emergen de una pirámide.
Muestran una cadena rota, un símbolo común en África para la liberación del yugo de esclavitud impuesto por las potencias coloniales.
El de Tofinho, en particular, conserva, desde su construcción en 1989, un significado específico.
Se dice que sirvió como monumento a las víctimas de la PIDE que, durante la Guerra de Independencia de Mozambique, las arrojó a una grieta en la costa accidentada y afilada debajo del barrio de Josina Machel.
El polémico agujero de los asesinados
Macabro, el lugar fue conservado durante algún tiempo por las autoridades mozambiqueñas, con algunos huesos guardados en vitrinas para que los crímenes no cayesen en el olvido.
El intento duró lo que duró. Se estima que, en 2023, delincuentes saquearon los restos. El Hoyo de los Asesinados quedó abandonado. Estaba lleno de basura. Aun así, hay quienes continúan intentando utilizar su poder espiritual.
Nos asomamos al estrecho abismo del acantilado cuando, de la nada, aparecen tres mujeres desde lo alto del sendero.
Incluso cuando estamos en el balcón que rodea la grieta, se alinean a la sombra de un seto de arbustos, justo encima de las olas que rompen contra el acantilado.
Sin que nos lo esperemos, levantan los brazos y nos mantienen apuntando al mar. Inauguran así cualquier ritual esotérico, de apelación o convocatoria que combine cánticos con gritos y gemidos.
Nos suenan morbosos.
Nos ponen la piel de gallina. Por mucha curiosidad que teníamos, esperamos un poco para preguntarles qué estaban haciendo. Sin embargo, esquivan el contacto y regresan colina arriba en una evidente estampida.
Pensamos un poco en lo que había pasado allí.
Caminata de Tofinho a Tofo
Pronto seguimos sus pasos, hacia el centro de Tofo, deteniéndonos para nadar en una cala más atractiva donde un instructor mozambiqueño y tres aprendices extranjeros surfeaban las olas generadas por el arrecife marino.
Fue la primera comunión vigorizante con el Océano Índico de Tofo después de varias en 2017.
Y la recuperación de compartir el mar local con la comunidad multinacional de surfistas que practican surf en Tofo, junto con snorkelers y buceadores que se deleitan con su mar lleno de corales y otras exuberancias submarinas.
A medida que avanza la tarde continuamos en búsqueda del centro del pueblo, sus vecinos, artesanos y vendedores.
Nos encontramos con el mercado en un ajetreo mesurado.
Una fila de mujeres exhibiendo frutas y verduras complementa, con frescura natural, la oferta de algunas tiendas y minimercados.
“Se los van a llevar a todos, ¿verdad?” dice una vendedora, cuando confirma que su exhibición de maracuyá fue lo que más nos interesó, en medio de conversaciones en bitonga y otros dialectos locales de competidores frustrados porque no llevábamos nada de sus puestos.
La contribución de Tofo al proceso de independencia de Mozambique
La mayoría ofrece anacardos. Tampoco esperaría nada más. Durante el período colonial que se extendió desde el siglo XVI hasta la independencia en 1975, los portugueses agregaron vastas y rentables plantaciones de anacardos al paisaje cocotero de la región.
Allí, miles de nativos de la provincia de Inhambane fueron obligados a trabajar, en modo esclavo y, posteriormente, por pagos casi simbólicos. como sucedió en otras partes de Mozambique, este yugo aplastante resultó decisivo para los levantamientos locales que, en 1964, contribuyeron al desencadenamiento de la Guerra de Independencia.
Tofo también puede estar orgulloso de que, en junio de 1975, fue una de las paradas del viaje de Samora Machel, entre Rovuma y la capital, Maputo, donde se proclamaría la independencia y asumiría el cargo el primer presidente de la nación. Tofo también fue sede de la reunión que resultó en la versión inaugural de la Constitución de Mozambique.
Después de casi medio milenio, Mozambique se convirtió en mozambiqueño. Sobreviven los anacardos y los inmensos cocoteros. Los anacardos y los cocos generan importantes ingresos para la subsistencia de muchos tofenses.
Paso por el reducto Turístico-Comercial de Tofo
También contribuyen a la cocina que se sirve en los pequeños restaurantes alineados en la calle detrás del mercado.
Esa noche todavía tendríamos que sentarnos en uno de ellos y disfrutar de algunas especialidades.
Más adelante, más cerca de la playa, hay bares, todavía algo destartalados como habíamos visto en la excursión anterior.
Ahora, con la novedad de un viejo autobús amarillo reconvertido en bar remolque para llevar.
Pasamos al este del autobús y del seto de árboles que delimitan el centro.
Volvimos a la arena, esta vez, la playa principal de Tofo.
El sol se rindió a su puesta. Una niña acompañada de un perro, reinaba en lo alto de las dunas más altas del pueblo.
La vemos sentada sobre los tejados en forma de A de unos cuantos bungalows de madera, sobre los cocoteros, las palmeras y los papayos que también crecían allí.
Se había instalado en el mejor lugar de Tofo para disfrutar de la desaparición de la gran estrella.
Todavía quedaba algo de tiempo. Tiempo que estábamos decididos a aprovechar.
En modo descubrimiento.
Tofo Beach y un frenesí de surf al final del día
Desde frente al mercado caminamos hacia las dunas, rodeados por un bullicio de surfistas atraídos por un oleaje bajo pero vigoroso que se adentraba en la bahía.
Varios caminos se cruzan. Algunos, procedentes de lo alto de las dunas, otros, desde la entrada interior de la cala. En un instante comparten las vacantes, en un éxtasis cada vez más dorado.
Los fotografiamos a ellos y a sus mágicas siluetas.
Hasta que el atardecer se esconde detrás del interminable cocotero, el resplandor se apodera de la bahía.
Cuando oscureció, los instructores y socorristas dictaron que todos debían salir del agua.
Lusco-Fusco y la entrada en la escena de bares y restaurantes
Con dificultad pusieron fin a la diversión marina, conscientes de que otra les esperaba justo al lado.
Los bares, los restaurantes, la comunidad multiétnica y babel del pueblo, en unos días, se verán animados por el aumento de gente que llegaría durante la temporada seca y alta.
Lo volvimos a confirmar. Pandemias, tormentas y huracanes sacuden el ritmo de Tofo. No le traen sus señales de vida mozambiqueñas.
COMO IR
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