Es un domingo a principios de marzo.
En el camino entre un cruce sobre Mbabane y el área de Ngwenya, una vez más nos cruzamos con creyentes de una de las coloridas religiones de la antigua Suazilandia. Se trata de Dino Dlamini, Mpendulo Masuku y Muzi Mahluza.
Visten túnicas amarillas, rojas y verdes, en su orden, cintas en la frente, cadenas e hilos en el cuello.
Son parte de la iglesia de Sión en Jericó. Nos cuentan que comparten una creencia animista, en un Dios que emana del agua, del viento, de los elementos, de los seres sobre la faz de la Tierra.

Creyentes de la iglesia de Jericó, con sus coloridos uniformes.
Les decimos que vamos camino a Malolotja. Nos aseguran, casi al unísono, que éste era, en sí mismo, un Edén de Suazilandia, como el de Valle de Ezulwini, que nos deslumbraría.
Llegamos a Nduma.
De Nduma a la entrada de la Reserva Natural de Malolotja
El camino que íbamos conducía a Ngwenya, el pueblo. De allí, hasta la frontera con Sudáfrica del mismo nombre. Lo dejamos, apuntando al norte, a través de valles cubiertos de hierba, salpicados de árboles y casas, normalmente casas de campo blancas.
La ruta desciende contra la vertiente sur del macizo de Ngwenya (1862 m), la segunda elevación del país, que los suazis llaman Inkangala, como llaman a un lugar frío, desprovisto de árboles, el equivalente a altoveld de los vecinos bóers sudafricanos.
Los edificios disminuyen visiblemente. Subimos a una cresta con una vista abierta. Cerca se encuentra la recepción de la Reserva Natural de Malolotja, acompañada por un tractor John Deere clásico.
Nos registramos en un gran cuaderno de entradas y salidas.
Cumplidos los trámites, avanzamos, todavía en un coche, conducido por un conductor acompañado de su novia, por un sendero que discurre entre pastos.
Poco a poco fuimos descubriendo parte de lo que hacía especial a Malolotja.

Rocas con miles de millones de años emergen de las praderas de Malolotja
Montículos de hierbas y rocas antiguas escarpadas: los escenarios contrastantes de Malolotja
El recorrido avanza entre formaciones de grandes guijarros grisáceos, algunos casi plateados, que se destacan sobre el cielo azul claro matizado de nubes blancas.
Unos pocos árboles entre las rocas casi rompen el protagonismo lítico.
De un verde mucho más denso que el prado del que emergen.

El árbol emerge de una formación rocosa.
Casi se quedan.
A pesar de ser naturales, las rocas de esquisto y cuarcita aparecen en formas y configuraciones que parecen obras de arte divinas. Las autoridades del parque garantizan que se encuentran entre los más antiguos de la faz y bajo la superficie de la Tierra.
Forman parte del llamado supergrupo de Suazilandia y se estima que se originaron, hace más de 3.5 millones de años, en sedimentos oceánicos compactados por la presión y el calor generados por intensos movimientos tectónicos.
Los vemos sucederse a lo largo de colinas que ondulan en las aproximadamente 18 mil hectáreas de parque nacional. En sí mismos, resultaron ser motivo de admiración.

Trío de cebras, cuyos depredadores en Malolotja son sólo leopardos
Manadas de cebras, diferentes antílopes y otros animales.
Y, sin embargo, a lo largo de las colinas, entre las formaciones rocosas, pastaban sucesivas manadas de diferentes grandes herbívoros, sobre todo antílopes, acostumbrados a las incursiones humanas en su territorio, menos esquivos de lo que cabría esperar.
A medida que avanzamos, decenas de cebras nada aprensivas abandonan el camino y nos ceden el paso.

Trío de botenboques vigilando a los visitantes de la reserva
Bonteboques y Topis observan nuestros movimientos desde mayor distancia, con sus hocicos blancos salpicando la inmensidad de la pradera.
Más adelante, una familia de jabalíes que arrancan raíces del suelo abandona el camino que seguíamos, siguiendo el rastro de la cola de una matriarca.
Esté atento a la eventualidad de que uno de los depredadores del parque, concretamente los leopardos, los apunte.

Fachocheros sobre el camino de la reserva
El resto, chacales y ciervos, no suponen una amenaza. Mucho menos los telos o lobos terrestres que se alimentan de enormes cantidades de termitas.
Malolotja: de propiedad privada a reserva natural y parque nacional
Hace medio siglo, estos animales eran raros en estas partes de Suazilandia. Hacia 1970, la mayor parte del área de esta reserva seguía siendo de propiedad privada. Fue utilizado para la ganadería.
Aquí y allá albergaba algunas plantaciones.
Posteriormente, el Comisión Fiduciaria Nacional de Suazilandia concluyó el desperdicio ambiental y turístico que representó ese uso, sobre todo porque el suelo de la zona, además de ser rojizo, es fuertemente ácido.
Los campesinos que se habían asentado allí producían poco o nada. En consecuencia, las autoridades los trasladaron a tierras adyacentes más fértiles.

Manada de bonteboques, el antílope predominante en la reserva.
Los alrededores del río Malolotja fueron declarados protegidos, al igual que su flora y fauna, recuperado con la reintroducción de decenas de especies que destacaban allí antes de que la caza excesiva casi las erradicara.
Abajo, sobre este mismo suelo ácido, las rocas se multiplican.

Concentración de rocas de miles de millones de años
Se vuelven más puntiagudos y apuntan en la misma dirección.
El camino del parque vuelve a subir, en un color ocre de tierra apisonada, en lugar del anterior surco de hierba.

Colina llena de rocas antiguas
Se acerca a un cerro que lo domina, verde salpicado de innumerables piedras y rocas.
Algunas plantas que emergen de la pradera contribuyen a colorear el paisaje.
Aquí y allá destacan los lirios antorcha con púas que evolucionan, de abajo hacia arriba, desde un verde pálido hasta un naranja denso.

Una de las plantas exuberantes de la Reserva, el lirio antorcha
Compiten por la exuberancia, voluminosos lirios candelabro, de un color rosa oscuro del que brotan flores del mismo tono resplandeciente.
Los detectamos en abundancia. Otros existen, en la inmensidad circundante, en relativa sobriedad: orquídeas, hierbas, cícadas y similares.
Por los alrededores, más interesados por la hierba común, nos topamos con rebaños que compiten con los ya descritos.
Eland común, una de las especies de antílope más grandes, superada sólo por su subespecie eland gigante, ñus y algunos changos.

Los elands se alinearon a lo largo de una suave pendiente.
En busca del camino que lleva a Río
Pasamos más allá de la colina pedregosa. Las vistas se renuevan, ahora compuestas por laderas inmediatas que descienden a un profundo valle y, al otro lado, de auténticas montañas subsumidas en la niebla generada por el calor del verano.
Avanzamos un poco más por esta pendiente.
El conductor nos detiene en una zona de aparcamiento, junto a un banco panorámico que se ha convertido en un atributo fotográfico y de Instagram.

Indicador de uno de los muchos senderos que atraviesan la Reserva de Malolotja
Nos muestra el inicio del sendero que nos habíamos propuesto seguir, oculto por la pendiente.
Alrededor de 200 kilómetros de senderos zigzaguean a través de la Reserva Malolotja. Íbamos a seguir a quienes descendían a las profundidades del río y a las cascadas del mismo nombre.
El río Malolotja, afluente homónimo de la Reserva
Debajo fluía el río Malolotja, uno de los mayores afluentes del Komati, un importante río internacional que se origina en Mpumalanga, Sudáfrica.
Atraviesa Suatini y el sur de Mozambique, hasta desembocar en el océano Índico, en el norte de la bahía de Maputo.

Vista de las colinas que conducen a las montañas Ngwenya
El sendero nos llevó al afluente Malolotja. Descendí, hacia las “eses”, a través de una vegetación que aumentaba a medida que nos acercábamos a los vértices regados por las lluvias, más frecuentes de diciembre a abril.
En estos meses de verano cuando cae como parte de fuertes tormentas al final de la tarde y noche.
Casi desde el pie de una pendiente, subimos a una nueva cresta, ya con un aliento que el calor abrasivo y húmedo de la mañana hacía inevitable. Este pico intermedio nos regala vistas del norte y del sur detrás.
Y las cascadas furtivas de Malolotja
Hacia el norte, la alta vegetación y algunos árboles en equilibrio bloqueaban nuestra visión de parte del barranco. Bajamos hasta dejarlos atrás.
Finalmente, notamos hilos de agua blanca deslizándose sobre un lecho de roca. En cierto punto de su viaje, se precipitaron hacia la sombra.

Vistazo de las cascadas de Malolotja.
Bajamos un poco más.
Hasta que obtuvimos una perspectiva casi completa de las cascadas de Malolotja, las más altas de eSwatini, con 89 metros.
Y con su toque de monumentalidad, aunque sea minúscula, en lo más profundo de las majestuosas montañas de Ngwenya.

Vista aérea de las cascadas de Malolotja.
Ya algo golpeados por el calor del horno, agotados, incluso algo deshidratados, nos obligamos a realizar sucesivos descansos forzados.
En uno de ellos nos adelantaron unos excursionistas sudafricanos que ya estaban en apuros por el calor y que aún estaban a punto de salir.

Excursionistas sudafricanos subiendo a las cascadas de Malolotja.
Regresamos, exhaustos, al punto de partida.
Encontramos al conductor y a su novia sentados en el banco panorámico, abrazados.

Visitantes en el banco panorámico de Malolotja.
Cinco kilómetros más dolorosos de lo que esperábamos, casi cuatro horas después, podríamos estar orgullosos de haber explorado el corazón de la Reserva de Malolotja.
Por pequeño que sea el Reino de eSwatini, nos quedaban veinte días. muchos mas reservas y parques naturales para explorar.
Como ir
Vuele a Mbabane vía Maputo, con TAP Air Portugal: flytap.com/ y FlyAirlink.
Donde quedar
Hotel Forresters Arms: forestersarms.co.za/; Teléfono: +268 2467 4177
Más información: