África Princess Cruise Parte 1, Bijagós, Guinea-Bisáu

Hacia Canhambaque, a través de la Historia de Guinea Bissau


Crepúsculo de los tejedores
El Ilhéu dos Porcos
La antigua capital
Amílcar Cabral por siempre
señoras de rodillas
El Antiguo Hospital de Bolama
Cuartel tropical
Princesa de África en Canhambaque
Señor. Cico caboverdiano
En el camino del arroz
Esperando el atardecer
En camino
Ulysses Grant (la réplica de la estatua)
la corona de mussolini
Llegada de la canoa “Mandon”
bar canema
El Africa Princess parte del puerto de Bissau, aguas abajo del estuario de Geba. Hacemos una primera escala en la isla de Bolama. Desde la antigua capital, navegamos rumo al corazón del archipiélago de Bijagós.

Desde la cubierta superior apreciamos el ajetreado día a día entre las coloridas y coloniales casas de Bissau y el muelle.

Propietarios y trabajadores abarrotan algunas canoas de carga. Camiones descargan aquel con el que entraron al puerto. Los barcos llegan desde Bubaque y desde diferentes paradas en Bijagós. Otros van allí.

Con todos los pasajeros a bordo, el Africa Princess inaugura su itinerario por el vasto archipiélago guineano, con destino a Ilha de Galinhas y Canhambaque.

Realizamos un rápido traslado a una de sus embarcaciones de apoyo y un desvío providencial.

Nos alejamos del islote del Rey y de la ciudad. Rumbo al suroeste, nos despedimos del barco generador turco”metin bey” que la mantiene energizada.

Cruzamos la línea de cisma entre las aguas del Geba y las del Atlántico que separa la diferencia de densidad y salinidad.

En la Ruta Bolama

Nos acercamos a la orilla sur del Geba. Bordeamos la península de Ilhéu do Mancebo y seguimos la llanura aluvial al este de Bolama.

Navegábamos por una ruta traicionera, llena de bajíos que la sedimentación centenaria sigue agravando y donde, un mes después, a bordo de una canoa tradicional abarrotada, encallaríamos.

Protegidos por la ligereza de la lancha y la playa del mar, evitamos lo peor de la costa arenosa. Bajamos en zigzag por el cauce, hacia el Río Grande de Buba, a pesar del nombre, Benjamín hermano de Geba.

Como pasó con el portugués y con Bolama, nos quedamos entre los dos.

Cuando desembarcamos en el malecón alto de la Av. Amílcar Cabral, el sol apenas ha bajado de su cenit. Los vecinos se refugian en sus casas.

O a la sombra de los árboles hiperbólicos que refrescan la ribera de la ciudad. A medida que nos acercamos a la tierra firme real, Bolama da señales de vida.

Nos saluda Dª Ermelinda, verdulera de quien, conversación lleva a conversación, sin saber muy bien cómo, compramos unos pepinos.

Casi con la misma inocencia, al lado, Bolama conserva lo que muchos consideran uno de los pocos monumentos fascistas que sobreviven.

Monumento a los aviadores caídos de Mussolini en Bolama

Había pasado casi una década desde el éxito de la dupla Gago Coutinho y Sacadura Cabral en la pionera travesía aérea del Atlántico Sur.

Contagiado por los delirios de grandeza de Mussolini, el ministro del Aire y piloto general Ítalo Balbo planificó la travesía de diez aviones, divididos en cuatro escuadrones y en formación, entre Italia y Río de Janeiro.

Superadas varias tribulaciones, los aviones se reagruparon en Bolama, el día de Navidad. Allí fueron celebrados por un barco de la armada italiana.

En la madrugada del 6 de enero de 1930, Ítalo Balbo dictó el partido. Dos de los aviones sufrieron accidentes en el despegue. Cinco aviadores perecieron. Sin embargo, Ítalo Balbo obligó al seguimiento de la expedición.

En diciembre de 1931, Mussolini ordenó la erección, en Bolama, del memorial que sorprende a todo aquel que visita la ciudad. Tiene la forma de dos alas, una rota, la otra levantada hacia el cielo.

Se complementa con una corona de laurel y la inscripción “Al Cadutti de Bolama.

Bolama y el legado de la antigua capital colonial

Dejamos a Dª Ermelinda al pie del antiguo memorial. Seguimos descubriendo la ciudad. A pocos metros de la isla, nos encontramos frente al Palacio del Gobernador, hoy ocupado por militares guineanos.

Algunos de ellos, conversando, sentados en sillas bajas.

Los saludamos a ellos ya dos jóvenes, presumiblemente militares civiles, que se enfrentan en un gran tablero de cuadros amarillos, con la leyenda, en criollo, “Estadio Bópapiamas”.

Agradecemos la acogida de los militares. Después de eso, subimos a la Av. Amílcar Cabral.

A esa hora calurosa, la principal arteria de la ciudad permanece casi desierta. Al examinar la arquitectura Art Deco del viejo cine, lo cruzan tres o cuatro cerdos.

En el lado opuesto de la calle, un mural representa al líder del PAIGC, Amílcar Cabral, mártir protagonista del curso independentista de Guinea Bissau.

Ali, dueña de una sonrisa tipo Pepsodent.

Continuamos subiendo. Después de pasar la discoteca “Som das Ilhas”, en el corazón de una espaciosa plaza cubierta por arbustos secos, nos sorprende una reluciente estatua plateada.

Ulisses Grant y la complicada “Cuestión de Bolama”

Honra al presidente estadounidense Ulisses Grant, a quien Portugal agradeció por el veredicto que resolvió el complejo “Questão de Bolama”.

En cierto momento, la posesión legítima de la isla de Bolama, asentada entre Portugal y el Reino Unido, casi lleva a los antiguos aliados a la guerra. Grant favoreció a Portugal.

Aun así, en 2007 desapareció su homenaje original.

La estatua de bronce cercenada fue encontrada más tarde en la tierra del Comandante Alpoim Galvão, mentor del famoso “Operación Mar Verde” que buscaba controlar Guinea Conakry para erradicar la oposición político-militar del PAIGC al dominio colonial portugués.

En el momento en que desapareció la estatua, Alpoim Galvão era un empresario con sede en Guinea Bissau.

La estatua que admiramos allí no era más que una réplica.

El dominio de Ulisses Grant es sucedido por Praça do Império, que el ex presidente estadounidense validó como portugués, en lugar de británico.

Esbeltas cabras y ovejas deambulan por el jardín central, en busca de snacks vegetales, en la cara más cercana a la Policía Militar, la Iglesia Católica y hasta en unos pocos arbustos que emergen del frente columnado del imponente y ruinoso hospital de la ciudad.

Desde allí, todavía podemos ver el antiguo cuartel del centro de entrenamiento militar, abandonado al tiempo, a las termitas y las raíces tentaculares de las chumberas y similares.

Viaje a Canhambaque, con parada en Ilhéu dos Porcos

Había pasado una hora y media desde los primeros pasos en Bolama. Pinto, el guía bijagó a cargo del grupo, dicta el regreso al barco. Lo cumplimos, conscientes de que Bolama merecía más tiempo y atención.

Y que volveríamos allí.

Cuando llegamos al punto de partida, el embarcadero se entrega a una multitud colorida y frenética. Una canoa de Bissau acababa de atracar. Decenas de pasajeros saludaron a quienes acudieron a recibirlos.

Se disputaron la descarga de sus pertenencias entre las muchas cargas acumuladas en el interior de la embarcación.

Sin que nadie lo espere, para llegar a la lancha, tenemos que enfrentarnos a la confusión y dar la vuelta a la canoa.

Se necesita lo que se necesita.

Tan pronto como nos ve a bordo, Charlesmagne, el marinero senegalés y diola responsable de la navegación, zarpa a toda velocidad con dirección suroeste y hacia las islas de Porcos y Canhambaque. En algún lugar por allí, la Princesa de África nos estaba esperando para pasar la noche.

Canhambaque está a la vista, con el sol cayendo al lado opuesto de la isla.

Desembarcamos en una franja de arena vecina que iba aumentando la bajada de la marea.

Nos bañamos y relajamos a lo largo de esta extensión estriada del Ilhéu dos Porcos.

Los arrozales del norte de Canhambaque

Cuando el sol empieza a ponerse amarillo en el horizonte, cruzamos hacia el extremo oriental de Canhambaque, la isla de donde era originario Pinto, donde conocía todos los rincones, pueblos y, podemos decir, todos los habitantes.

Superamos una primera línea de costa fangosa. Pronto, subimos de la arena mojada a una amplia sección de la isla llena de arrozales secos, no humedales.

Pinto nos lleva por un sendero paralelo al fondo de la isla, con destino a Inorei, el pueblo principal en el extremo norte de Canhambaque.

A lo largo del camino, nos detendremos en algunas de las chozas en las que vivían los indígenas, encargados de proteger y procesar el arroz que los alimentaba.

Cuando decimos “proteger”, estamos lejos de exagerar.

Canhambaque fue la quinta gran isla bijagó que nos deslumbró, tras la aterrizaje por primera vez en el pequeño Kéré y el asalto a Orango, en busca de los hipopótamos del archipiélago.

A imagen de Caravela y Carache, abundaban allí las palmeras de copas desnudas, con los frutos que dan aceite y vino de palma a la vista. Palmeras que también albergaron cientos de nidos de tejedores oportunistas.

Si los arroceros de Bijagós robaron buena parte de los árboles de las islas a los pájaros, los tejedores, en particular, proliferaron con una inevitable venganza.

Habitaban las palmeras que salpicaban los arrozales. Cada vez que los cultivadores levantaban la guardia, asaltaban el arroz en grandes bandas hambrientas.

No en vano, en Canhambaque, como en todo Bijagós, los indígenas aborrecen a los pájaros que apedrean y ahuyentan de todas las formas posibles.

Charlamos con nativos mayores cuando, por fin, el sol se pone por el oeste de la isla. Su círculo resplandeciente cae entre los troncos de las palmeras supervivientes.

Captúranos con sus siluetas, salpicadas de los nidos de paja con los que las tejedoras las decoran.

De un fuego exuberante, el oeste de Canhambaque se convierte en el azul oscuro del resplandor crepuscular.

Aunque se siente uno de los suyos, Pinto cumple con su deber de recogernos.

Esa noche, como las siguientes, llamaríamos a casa al barco aventurero de Bijagós.

COMO IR:

Reserva tu crucero Africa Princess por el archipiélago de Bijagós en:

africa-princess.com

Correo electrónico: [email protected]

Teléfono: +351 91 722 4936

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