Durante su segundo viaje a las Américas, Colón desembarcó en una isla exótica y encantadora. Lo llamó Savona, en honor a Michele da Cuneo, un marinero de Saboya que lo vio como un destacado de la gran Hispaniola. Hoy llamada Saona, esta isla es uno de los amados edenes tropicales de la República Dominicana.
La partida anticipada de Uvero Alto comienza a ser dolorosa.
Una vez que superamos la incomodidad de unas pocas horas de sueño y abrazamos la energía contagiosa de Melvin Durán, las recompensas siguen.
Habíamos sobrevivido antes a la bahía de Bayahibe. Ya habíamos presenciado la multitud que las decenas de guías se esforzaban por mantener en grupo y en fila.
Se les llamaba “familias”, distinguiéndose por sus apellidos, u otros bautizos improvisados.
Con el sol saliendo en el horizonte, varios de los visitantes se refugiaron en la sombra que brinda la vegetación en el umbral noroeste del Parque Nacional Cotubanamá.
Allí, los innumerables mosquitos de los manglares adyacentes les emboscaron, agradecidos por las pieles tersas y la sangre accesible de los forasteros.
Como lo hicieron los vendedores de puros, anteojos, sombreros y similares, estos días, con Haití en un caos absoluto, casi todos emigrantes del lado occidental de La Española.
Los capitanes responsables de la flota de barcos amarrados y catamaranes, tramitan una compleja división de pasajeros por barcos.
Poco a poco zarparon barcos y catamaranes, la mayoría con nombres de Disney o simplemente niños: “Pinocho”, “Plutón”, “Mini”, etc. Incluso con la piña, salvaron el Español esperando el paraíso prometido.
Una incursión privilegiada en la popular Isla Saona
Al salir de Uvero Alto de madrugada, como parte de un grupo restringido, nos ahorramos esta y otras pruebas. El barco que nos esperaba sale de la cala, sin señales de grupos, colas o confusión.
Incluso en medio de la temporada de lluvias y los huracanes en el Caribe, amanecía un día soleado, brillante para igualar.
Reclinados en los asientos delanteros, dejamos que el viento masajee nuestros rostros.
Vemos atrás el faro catalogado de Bayahibe y se despliega la costa casi poco profunda y boscosa del oeste del PN Cotubanamá.
La Laguna Natural y Tropical frente a Playa Palmilla
En pocos minutos llegamos a La Palmilla, una zona de aguas poco profundas, contenida por una barrera coralina frente a la costa.
Allí, el Mar Caribe se vuelve de un turquesa translúcido aún más resplandeciente.
Debajo de la piscina natural de Palmilla, pasamos por tramos de playa ocupados por el demostración de la realidad "Sobreviviente”. Melvin, avísanos de tus estructuras.
Sin esperarlo, nos damos cuenta de que se están produciendo las pruebas y el respectivo rodaje.
Los pasamos en un rápido panorama náutico.
Luego, bordeamos el coral moteado a lo largo del punta Palmillas, un extremo suroeste del PN Cotubanamá equiparable a la bota de la península itálica.
No por casualidad.
La visita pionera de Cristóbal Colón y el amigo Michele da Cuneo
Uno de los primeros europeos en ver esta zona e identificar el estrecho hacia el sur, en 1494, fue Michele Da Cuneo, durante la segunda expedición de Cristóbal Colón a las Américas.
Fue Da Cuneo, un marinero italiano amigo de Colón, quien le aseguró a él y a la tripulación que se trataba de un isla.
Como recompensa, Colón se lo dio.
Avance rápido hasta los albores del siglo XVI.
Desde el recién fundado pueblo de Santo Domingo, un capitán llamado Juan de Esquivel y sus hombres ya habían dominado gran parte del sur y centro de Hispaniola.
Sólo resistieron en Adamanay (nombre original de Saona) una bolsa de indígenas dirigida por Cotubanamá, un cacique orgulloso y carismático que durante mucho tiempo había impresionado y fastidiado a los conquistadores.
Finalmente, en 1504, los españoles capturaron Cotubanamá y dominaron a los tainos de la isla.
El gobernador de La Española, Nicolás de Ovando, archirrival que odiaba a Colón, dictó el ahorcamiento del cacique.
Al eliminarlo, allanó el camino para la colonización del Saona que estábamos a punto de anclar.
El desembarco matinal en la aldea solitaria de Manu Juan
Cruzamos el estrecho de Catuano.
Casi en medio de la costa sur, podemos ver una casa con un embarcadero.
Desembarcamos sobre una arena coralina bañada por suaves olas.
Subimos, primero a la sombra de los cocoteros, donde devoramos un desayuno providencial.
Luego, nos trasladamos junto a un cartel que identifica al PN Cotubanamá. Y Manu Juán, único pueblo verdadero, humilde “capital” de Isla Saona.
Melvin Durán nos ilustra sobre el pueblo y su gente de origen pescador.
Lo seguimos dentro de la casa.
A la sede de SAONI, un operativo de protección y estudio de las tortugas de Saona, liderado por El Negro, un poblador empeñado en asegurar la supervivencia y proliferación de las especies que desovan en los arenales circundantes.
Desde allí, pasamos por la comisaría de Spartan de la isla.
En el interior, fotografiamos a un fotogénico y sorprendido agente De Oleo, una mano en su celular, la otra en su cartuchera, debajo de un tríptico que exulta a los fundadores de la patria dominicana.
La “Avenida” Comercial de Manu Juan, en una Playa Inmaculada
De regreso a la costa, nos encontramos con la emblemática avenida comercial de Manu Juan, formada por dos hileras de chozas, con techos de cocoteros.
Los encontramos repletos de artesanía, ropa y chucherías que los tenderos residentes, casi siempre alegres y sonrientes, intentan endosar a los forasteros.
Una vez más en la playa, un pescador que acababa de desembarcar nos mostró dos langostas vivas.
Cerca, el hermoso y amarillo stand de AVAISA, Asociación de Vendedores de Isla Saona expone el piña (piñas) esenciales para sus famosas Pinã Coladas.
Nos sentimos seducidos. A pesar de todo lo que habíamos pasado desde que nos despertamos, eran poco más de las diez de la mañana.
Resistimos la dulce tentación.
Nos despedimos de Manu Juan. Como es de suponer en este tipo de excursiones, varias veces se dedican al ocio bañista.
Melvin nos hace invertir el rumbo.
Playa del Toro y Laguna Flamingos, de vuelta al punto de partida
Bordeamos un bulto en la costa.
Desembarcamos en cierta Playa del Toro donde retomamos nuestro modo de exploración.
Cruzamos un seto de cocoteros y arbustos.
Del otro lado nos encontramos con una inmensa laguna, de aguas terrosas color mostaza, golpeada por un viento que el seto parecía apartar de la playa.
Era una de varias lagunas en el interior de Saona, la de los Flamingos.
Así se dio a conocer debido a las numerosas bandadas de estas aves zancudas que suelen alimentarse allí, a imagen de la mucho más amplia Laguna de Oviedo, Situada entre Barahona y la playa virgen de Bahía de Las Águilas.
En ese momento, ni rastro de ellos. Sólo un hedor extraño que invadía la arena y el mar.
Le preguntamos a Melvin sobre qué lo causó.
“Por eso le llamaron Playa Del Toro”. iluminanos. “El sol y la sal descomponen algunas algas que se desarrollan en la superficie. Poco a poco, la fermentación genera este aroma. Hoy, no es nada. Hay días en que no podemos traer a nadie aquí”.
Nos refrescamos en el mar azul poco profundo. Poco después, volvimos a cambiar nuestro rellano.
Pare en un Baño Recanto à Pinha de Instagrammers y similares
A una playa más al norte, dotada de infraestructura y equipamiento, un lugar bendecido para un ansiado almuerzo.
Cuando desembarcamos, hay unos cuantos en la playa, nosotros, masajistas, fotógrafos y vendedores dominicanos y haitianos.
Melvin nos alerta sobre una curiosidad: “Fíjense ese cocotero casi acostado. Verás la cola que, próximamente, se generará allí”.
Uno a uno llegan más barcos y catamaranes. lleno Instagrammers e , que conocía el cerezo. Y que corrieron hacia ella en cuanto pusieron un pie en la arena.
Tal como había advertido Melvin, pronto se formó y se estiró en esa línea.
Mucho más grande y más disputado que el bufé que pronto usamos.
Después de la comida, nos aventuramos a una extensión al sur de la playa, con estructuras propias.
Dañado por uno de los tantos huracanes que asolan las Antillas cada año y del que la naturaleza tropical se había apoderado.
Sedientos de sangre, los mosquitos las expulsan en tres etapas.
Por eso nos intriga dos veces al pasar junto a nosotros, camino de la arena de peleas de gallos de Manu Juan, un nativo mulato de ojos verde oliva que agarró un gallo contra una camiseta sin mangas de los Chicago Bulls.
te saludamos Hablemos.
Explícanos que es tu mejor gallo de pelea. Que, con él, se acostumbró a ganar apuestas y dinero fácil, que casi no necesitaba entrenarlo.
Para entonces, Melvin ya nos estaba buscando. Apresurados por su lejano atractivo, volvimos al punto de encuentro y reembarque.
Regreso por la tarde a la Laguna Marina La Palmilla
Zarpamos rumbo a Palmilla y al atractivo ineludible de toda incursión a Saona, su piscina natural.
A diferencia de otros barcos turísticos, lo tenemos casi para nosotros solos, una gran extensión de color cian translúcido, calentada por el sol tropical, salpicada de estrellas de mar que los guías prohíben tocar a los bañistas.
Rendidos a ese deleite caribeño, se nos recuerda el plan que Estados Unidos tenía para Saona, durante la 2ª Guerra Mundial, para construir allí una base militar.
Este plan fue combatido con todas sus fuerzas por el presidente y dictador dominicano contemporáneo, Rafael Trujillo, quien hizo todo lo posible por habitar y civilizar la isla, y así evitar una invasión que, en un momento, e incluso durante la década pasada, llegó parecer inminente.
Hoy en día, la isla alberga a más de trescientas familias, casi todas ellas concentradas en Manu Juan.
Tiene poco que ver con Savona en Liguria.
Aunque esté abarrotado, quien tenga el privilegio de descubrirlo, no lo cambiaría por nada de este mundo.
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