El canciller Bismarck siempre ha desdeñado las colónias de ultramar. Contra su voluntad y todo pronóstico, en plena Carrera por África, el comerciante Adolf Lüderitz obligó a Alemania a apoderarse de un rincón inhóspito del continente. La ciudad su homónima prosperó. Conserva una de las herencias más excéntricas del imperio germánico.